SIE7E PÁRRAFOS
Libros, autores y cultura pop |
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Cal Flyn, autora escocesa, elige en su libro Islas del abandono trece lugares en los que el hombre se retiró y la naturaleza avanzó: paisajes posthumanos en un mundo resiliente.
“Ya no siento que los humanos seamos ‘administradores’ del planeta”, me dice en esta entrevista, “sino que somos una entre miles de especies. No estamos mejor calificados para manejar las cosas, o incluso para deshacer el daño que hemos hecho”.
Plus: María Kodama sobre Borges y Mick Jagger—y un par de cosas más.
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Paterson es una ciudad de Nueva Jersey. Fue la primera ciudad industrial estadounidense planificada: allí se encendieron las calderas de la revolución industrial y ardieron majestuosamente durante décadas. Pero desde que el río se secó en 1945, el declive no ha parado. Hoy Paterson es un circuito de drogas, pandillas y homicidios.
Cal Flyn, una periodista escocesa nacida en Inverness en 1986, incluye la ciudad de Paterson entre los trece lugares de su libro Islas del abandono (Fiordo). La visita, la delinea, la observa —y observa a sus seres:
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“Después de terminarse el porro, Marlon nos acompaña. En este nivel superior en el que nos encontramos, donde las planchas del techo se han soltado de sus enganches dejando el lugar a la intemperie, la hojarasca se ha asentado formando un mantillo. Rectángulos ordenados de ortigas, matorrales de roble, como si fuera un huerto.
Volvemos a deslizarnos por el montículo de escombros compuesto por materiales de construcción hasta donde las tarimas podridas permiten vislumbrar el río a medida que se precipita a través del sótano en un torrente verde grisáceo.”
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Otros lugares en la lista de Flyn son Chernobyl, una zona de exclusión militar en Chipre donde la vegetación crece libre, tierras de cultivo abandonadas en Estonia, y otros paisajes posthumanos en los que a veces viven un puñado de personas. Cada uno sirve como ejemplo de un aspecto diferente de la ecología o de la psicología del abandono.
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Cal Flyn en un edificio abandonado, cerca de Yesnaby, Islas Orcadas, Escocia. Foto: Rebecca Marr |
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En un mundo en pandemia en el que los animales acechaban en las calles, Islas del abandono fue elegido cómo el mejor libro de viajes de 2021 por The Washington Post y el mejor libro del año de ciencia y medioambiente por The Sunday Times, diario que eligió a Flyn como Escritora Joven del Año. Viajando a lugares destruidos y olvidados —tabúes geográficos—, utilizando una primera persona poética, Flyn había logrado combinar varios layers en su “atlas del día después”.
“Ahora miro el mundo natural de una manera muy diferente”, me dice vía email. “Lo más importante es que ya no siento que los humanos seamos ‘administradores’ del planeta, sino que somos una entre miles de especies, y todas tienen su agenda para el mundo. Y nosotros, los humanos, no estamos mejor calificados para manejar las cosas, o incluso para deshacer el daño que hemos hecho. Ha sido una experiencia humillante y reveladora”.
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Flyn vive en las Islas Orcadas. Es una periodista freelance desde 2012, pero antes trabajó en la redacción de The Telegraph. “Ser una reportera me enseñó la importancia de salir y ver las cosas con mis propios ojos”, dijo.
Islas del abandono, dice ella, está influenciado por escritores como Elizabeth Kolbert y Robert Macfarlane. Flyn también es fan del trabajo de Annie Dillard, Edward Abbey y Rebecca Solnit.
Swona, que es una pequeña isla sin población al norte de Escocia, fue el sitio que más la afectó. Flyn había ido en busca de una manada de ganado salvaje. Pero no se había dado cuenta de cuánto le pesaría el aislamiento en la isla. “Parecía que había muerte por todas partes”, contó, “y me puse nerviosa y con náuseas, y me resultó difícil relajarme, o incluso comer o beber, y mucho menos dormir”.
—¿Por qué los lugares abandonados nos provocan, al mismo tiempo, atracción y repulsión?
—Me parece un efecto sobre la mente similar a lo que llamamos ‘lo sublime’; es decir, es una belleza teñida de miedo. Dependiendo del estado de ánimo de uno, pueden parecer más hermosos o más temibles. Parece que los sitios abandonados atraen elementos delictivos, y existe un cierto nivel de estrés que provocan en quienes conviven con ellos a diario. Sin embargo, también hay un efecto revitalizante; la gente busca estos lugares. A veces porque no tiene adónde ir, pero a veces porque se siente atraída por estos sitios, por cómo nos hacen sentir. Los lugares abandonados, al estar algo descontrolados, nos hacen sentir libres. Escapamos de los límites normales de la sociedad dentro de ellos. Y esto puede asustarnos y emocionarnos.
El libro de Flyn ofrece una mirada inteligente porque no se agota en el lamento o en la melancolía. En Paterson ella encuentra un ejemplo de lo que me acaba de decir en la entrevista:
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“—Tengo un problema con la autoridad.
Tanto para Wheeler como para Marlon, este espacio —sucio y destrozado como está— representa el tipo de libertad que no logran obtener en ninguna otra parte. George Monbiot habló en cierta ocasión de la «resalvajización del alma», y es ese mismo fenómeno lo que siento entre el caos y la mugre. En un espacio marginal como este, descuidado y no disputado, las expectativas tácitas de la sociedad y sus reglas, por pequeñas o importantes que sean, desaparecen. Existir aquí es renunciar a algo. Pero también es reivindicar algo […] Entre fábricas que se desmoronan y chimeneas imponentes y ennegrecidas —los restos óseos de gigantes industriales—, siento una ráfaga, una sacudida del alma; la sombra de lo sublime nos sobrevuela.”
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—¿Cuáles son las claves para describir lugares tan especiales como estos sin convertirlos en escenarios vacíos?
—Pienso mucho en transmitir la experiencia sensorial de estos lugares: ¿cómo se siente estar en este lugar? ¿Está frío y húmedo? ¿Se levanta el polvo en penachos, se agrietan y sangran los labios? ¿Qué tipo de personas conoces en estos lugares? ¿Hay alguna interacción reveladora que ayude a que el lector tenga la misma mentalidad que tenías tú mientras viajabas? A menudo, los lugares de Islas del abandono me asustaban de alguna manera. Así que me concentré en los aspectos inquietantes, tal vez conversaciones extrañas y difíciles que tuve con extraños, o el desnivel del suelo que me hizo dar vueltas, o la sensación de ser perseguido o vigilado por otros (personas o animales). Tu estado de ánimo es muy importante para la forma en que percibes un lugar, así que creo que es una cuestión de construir tus experiencias en capas para que el lector tenga el mismo estado de ánimo en el que estabas en ese momento.
—En una entrevista dijiste que estas historias son “de redención y no de restauración”. ¿Por qué?
—Estos no son sitios que han sido restaurados, porque no vuelven a ser como eran antes de que los humanos los construyeran o los usaran. En cambio, son una forma salvaje de la naturaleza, que cambia de alguna manera. No estoy segura de cuán factible es realmente ‘restaurar’ la tierra; la historia de un pedazo de tierra a menudo es legible en las plantas y los animales que viven allí; a esto lo llamamos ‘memoria ecológica’. |
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Mientras la autora escocesa me respondía, empecé a recordar algo mucho más cercano que una ciudad industrial de Nueva Jersey o una isla abandonada al norte de Europa. Recordé barrios enteros y polígonos vacíos. Ésas cosas de las que a veces nos reímos y con las que a veces nos entristecemos que aparecen en @thewalkingconurban: |
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Es una cuenta de Instagram con 431.000 seguidores cuyas fotos (tomadas por varias personas) muestran los rincones más inadvertidos de la periferia bonaerense, un poco al estilo de “Nueva York, ciudad de cosas inadvertidas”, aquel clásico de la mirada urbana… pero adaptado a estas latitudes, a las redes sociales y al siglo XXI.
Hace un tiempo hablé con sus creadores.
“Me atraen las fábricas gigantes abandonadas: son construcciones que hablan de lo que hubo y de lo que quiso ser este país”, me dijo Guillermo Galeano, uno de ellos. Su retrato del conurbano muchas veces podría ser parte del libro de Cal Flyn.
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Para terminar la entrevista con Cal Flyn, le pregunté:
—¿Qué busca hoy un escritor o una escritora en viaje?
—Perfilé trece ubicaciones diferentes de todo el mundo; las visité, registré mis experiencias allí y profundicé en sus historias. Cuando viajo a sitios nuevos, siempre tomo cientos de fotografías y videos. También llevo un diario y escribo muchas notas. A menudo también grabo paisajes sonoros, y recojo folletos y libros, ya que nunca se sabe qué detalles serán útiles más adelante. Cuando viajo, supongo que siempre busco lugares que me hagan sentir. Esa es una forma vaga de explicarlo, pero debe haber algo en la experiencia que hace que mi corazón se acelere, o que me haga darme cuenta de algo nuevo. Busco la epifanía en el lugar.
- Juliana González-Rivera, autora española de La invención del viaje, señala que la escritura de viaje contemporánea utiliza varios registros muy distintos, pero con una ética común:
“Son obras inclinadas hacia la información. Su verdad parte del deseo de comprender, traducir y comunicar no tanto la alteridad como los problemas del mundo”.
La definición parece hecha a medida de Islas del abandono.
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El domingo a la madrugada murió María Kodama, la viuda de Borges. Fue por un cáncer de mama; tenía 86 años, la misma edad que Borges en su propia muerte.
Kodama había hecho su entrada en el panorama de la literatura argentina cuando ella cursaba cuarto año del colegio secundario y Borges la invitó a estudiar con él inglés antiguo, de los siglos VI y VII, en la confitería Richmond.
“¿Qué quiere este viejo que puede ser tu abuelo?”, se indignaba la madre de Kodama, una mujer llamada María Antonia Schweizer. “Usted tiene 16 años, toda una vida por delante; no haga nada que pueda arruinar toda esa vida que tiene por delante”, le advertía su padre, el químico japonés Yosaburo Kodama.
Sin embargo, Borges y Kodama nunca se separaron. La viuda custodió la obra de Borges desde 1986, cuando él murió, e impuso su personalidad y sus decisiones, muchas veces litigando judicialmente (el juicio a Pablo Katchadjian fue el más conocido). Por eso se ganó una fama temeraria que la acompañó durante años. Algunos la admiraban; otros definitivamente no. |
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- Entre las cosas no muy claras de su vida, sobresale su matrimonio con Borges. Dos meses antes de la muerte del escritor, se casaron por poder en un pueblito del Chaco paraguayo. Juan Gasparini investigó el tema en Borges: La posesión póstuma, un libro donde Kodama no queda muy bien parada.
- A Kodama le debemos la prohibición de Borges, el libro de diarios de Bioy Casares publicado por sus herederos en 2006, donde todo lo que se cuenta es con o sobre Borges. Kodama describió ese libro como un “mamotreto”, y a Bioy Casares como un “traidor”.
- Mario Vargas Llosa, en cambio, le otorga crédito por la felicidad de un Borges que es un anciano por fuera pero, al mismo tiempo, un adolescente por dentro. En su (notable) ensayo El viaje en globo, Vargas Llosa observa:
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“Nadie diría que quien las escribe [a las notas de Atlas, un libro de viajes firmado por Borges y Kodama] es un octogenario invidente, porque ellas transpiran un entusiasmo febril y juvenil por todo aquello que toca y que pisa, y su autor se permite a veces los disfuerzos y gracejerías de un muchachito al que la chica del barrio, de quien estaba prendado, acaba de darle el sí. La explicación es que María Kodama, la frágil, discreta y misteriosa muchacha argentino-japonesa, su exalumna de anglosajón y de las sagas nórdicas, por fin lo ha aceptado y el anciano escribidor goza, por primera vez en la vida sin duda, de un amor correspondido.”
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Borges y Kodama en Japón (1979 o 1984). |
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A mí siempre me interesó lo que hacía Kodama. Y traté de leer sobre ella todo lo que aparecía en la prensa. Ana B. Prieto escribió un espléndido perfil en Orsai: si tengo que recomendar una sola nota, es esa.
A veces Kodama decía cosas inesperadas en las entrevistas, o contaba anécdotas que cualquier borgeano podía atesorar. El encuentro entre Borges y Mick Jagger es un magnífico momento del siglo XX:
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“[Jagger] se había encontrado con Borges en el hotel Westin Palace. Resulta que estábamos con Borges y había muchísima gente, pero viste que en el hotel hay siempre alguna personalidad. Yo soy miope, y aun así veo de pronto a Mick Jagger que se arrodilla, le agarra las manos y le dice: ‘Maestro, yo lo admiro. Leí toda su obra’. Borges, que estaba ciego, le dice: ‘Yo no veo. ¿Usted quién es, señor?’. ‘Soy Mick Jagger’. ‘Ah’, le dijo Borges. ‘Uno de los Rolling Stones’. Jagger le contestó: ‘¡Usted no puede saber de mí!’. El otro casi se desmaya” [Fuente]
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Con los años veremos más claro el rol de Kodama (espero que alguien escriba su biografía pronto). Por ahora digamos que Borges la mencionó varias veces en sus textos.
Como en “El bastón de laca”:
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María Kodama lo descubrió. Pese a su autoridad y a su firmeza, es curiosamente liviano. Quienes lo ven lo advierten; quienes lo advierten lo recuerdan.
Lo miro. Siento que es una parte de aquel imperio, infinito en el tiempo, que erigió su muralla para construir un recinto mágico.
Lo miro. Pienso en aquel Chuang Tzu que soñó que era una mariposa y que no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre.
Lo miro. Pienso en el artesano que trabajó el bambú y lo dobló para que mi mano derecha pudiera calzar bien en el puño.
No sé si vive aún o si ha muerto.
No sé si es taoísta o budista o si interroga el libro de los sesenta y cuatro hexagramas.
No nos veremos nunca.
Está perdido entre novecientos treinta millones.
Algo, sin embargo, nos ata.
No es imposible que Alguien haya premeditado este vínculo.
No es imposible que el universo necesite este vínculo.
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Antes de irme, te dejo este Messi con cabeza de hongo pintado cerca de una (¿la?) calesita de Burzaco y visto en @thewalkingconurban. Un amuleto para el partido de hoy de Argentina contra Curazao: |
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Bueno... por ahora lo dejamos acá. Podemos seguir la conversación por mail o en las redes. Y también podés contactarme en Twitter.
Si querés recomendarme libros, autores o temas para tratar, o contarme si leíste algo de lo que mencionamos, ¡adelante!
Nos vemos por ahí,
Javier |
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