Tema aparte. Una de las mejores noticias literarias de los últimos días fue que Magalí Etchebarne ganó en España un premio muy prestigioso de cuento, el Ribera del Duero. Su libro inédito La vida por delante —cuatro historias— se impuso entre más de 1.000 manuscritos de autores de 38 países, y Páginas de Espuma lo publicará en mayo.
Etchebarne publicó antes dos libros con Tenemos Las Máquinas. Es hora de saber cómo escribe sus cuentos...
—Siempre imagino el proceso de escritura como un movimiento de unos pasos para adelante y unos cuantos para atrás y otra vez para adelante, y así —me dice.— El para atrás vendría a ser releer lo que escribí, corregir, leerlo en voz alta muchas veces. No puedo avanzar de otra manera. Esto es un proceso, en general, bastante lento. Siempre tengo varios proyectos en paralelo que voy alimentando de a poco. Todo bastante desordenado, no sé qué va a terminar dónde, ni para qué lo voy a usar, pero colecciono párrafos, palabras, escenas. Las escribo y les pongo títulos para acordarme y así volver a buscarlas.
—¿Por qué escribís cuentos?
—Me gusta leer cuentos, me interesa la potencia de universos, vidas, personajes muy nítidos habitando muy pocas páginas. La amargura de dejarlos ir pronto, la marca que deja en la mente un buen cuento. ¿Qué es un buen cuento? No lo sé, pero hay muchos que leí y recuerdo siempre. Que me dejan la sensación de haber acompañado a esos personajes durante escenas, momentos, muy cruciales, o que tienen en el centro un descubrimiento, una gran idea o, en algunos casos, un pequeño desbarajuste de lo dado.
—¿Qué es lo que debe tener un cuento sí o sí?
—Cada cuentista debe tener su decálogo, sus reglas, a mí me gustan todas, las considero, pero también me peleo con cada una. Tiendo a pensar que cada cuento es diferente y realmente no sé adónde va hasta que no estoy en el medio. Me pregunto qué debería pasar, ¿debería pasar algo? ¿Cuánto es mucho o poco diálogo en un cuento? ¿Lo termino acá o sigo? ¿Este personaje sobra? Todo el tiempo mientras escribía estos, por ejemplo, sobre todo al final, cuando los editaba para presentarme a un concurso que tenía requisitos, formas, cantidad de páginas, la pregunta que más me hacía era si estos eran cuentos. Disfruto escribir y, avanzar así, un poco a ciegas, alimenta esa satisfacción. Si supiera lo que hay que hacer se convertiría en un trabajo.
|